Teníamos visita, y se
quedó a dormir.
Juro que no estaba
planeado, juro que no se forzó la situación, pero de pronto
estábamos los tres en la misma cama. Con esa pereza mañanera de
haber dormido poco y mal comenzamos a hablar de cosas variadas. Llegaron las confesiones,…y las manos empezaron a investigar por
debajo de las sábanas. Una confidencia,.... una caricia, un secretito,... me quito la camiseta, otra caricia,... cada vez menos ropa, unas risas,... un beso,….
Se destapó el frasco de
la ternura y lo inundó todo, lo compartimos todo. Fue juego
limpio, nadie sufrió, no hubo daños colaterales,
nadie fue engañado, nadie le quitó nada a nadie y todos nos
llevamos algo hermoso del otro. El tiempo dio de sí lo suficiente
como para que todos ocupásemos el centro de la cama, sin duda un
lugar privilegiado para los sentidos. Digamos que nuestras manos
pudieron satisfacer su curiosidad sin poner limitaciones, que nos
mantuvimos en el terreno de lo sensual, de las caricias de primera
calidad, nos obligamos a disfrutar el viaje sin pensar para nada en
la llegada, porque de hecho no estaba claro que tuviera que haber
una llegada.
La que sí llegó fue la despedida,
con aromas de euforia y de nostalgia futura.
Días después hablamos
de ello.
Alguien manifestaba su
sorpresa por haberlo vivido de una manera natural y espontánea,
por no haber tenido sentimientos encontrados, por haber reaccionado
de una manera tan relajada y positiva ante una situación a la que
nunca hubiera llegado si deliberadamente se le hubiera hecho
semejante propuesta. Todos estábamos de acuerdo en que había sido
agradable, tierno y muy entrañable.
No es un relato de
ficción, ocurrió hace unos días en nuestra casa.
Esto no es un canto al
amor libre, ni a la promiscuidad. Hay experiencias “no habituales”
que cuando se viven con la suficiente madurez pueden ser muy
enriquecedoras. Estoy agradecido por este trío de ternura y me
reafirmo en la teoría de que hay otras formas de amar.
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