Ayer volvió a ser un día especial.
Un montón de
manos amistosas me acariciaron, embadurnaron mi cuerpo desnudo de
arriba abajo con aceite esencial. Manos delicadas que pedían permiso
para leer en mi espalda, manos juguetonas que subían deslizándose
entre mis piernas, manos elocuentes que me hablaban y me contaban
sus secretos. Algunas eran tímidas, respetuosas, otras….
tremendamente atrevidas.
Éramos como peces dentro de una red,
pero no había ningún sufrimiento. Nos retorcíamos, nos
buscábamos,... nos encontrábamos. Nuestros cuerpos, engrasados se
comunicaban con pasmosa facilidad.
Abracé y me abrazaron, exploré
anatomías desconocidas, fui objeto de indiscretos cacheos
electrizantes.
Todos teníamos
los ojos vendados.
Mientras resbalaba entre brazos que me
recibían abiertos, alguien pellizcaba mis nalgas con pícara
confianza, mientras acariciaba pechos que me hablaban de tú,
alguien dibujaba un corazón en mi espalda, mientras mis manos se
perdían dentro de una hermosa melena de pelo negro rizado, alguien
me volvía loco de excitación jugueteando por mi abdomen.
De fondo sonaba música sensual y sugerente, pero
también se escuchaba alguna risita cómplice, algunos suspiros
imposibles de ahogar, algunas muestras de estremecimiento
imposibles de contener…
Mafalda
trabaja en la biblioteca municipal. Me fijé en ella un lunes. Llovía
a cántaros. Yo acababa de pedir en préstamo un libro titulado
“Juegos eróticos de salón”. Cuando hubo realizado los trámites
del préstamo y extendió su mano para darme el libro, me dedico una
sonrisa encantadora y me advirtió que se estaba formando un charco
en torno a mi paraguas. Me cautivó su manera dulce de reñirme.
Desde ese día siempre procuro que sea ella la que me atienda. Es
elegante, un pelín coqueta, lo justo,…muy atractiva. Creo que está
empezando a darse cuenta de me gusta.
Tatiana
tiene una tienda de mascotas. Es rubia, seguramente teñida, lleva el
pelo encantadoramente alborotado. Su vestimenta básica consiste en
camiseta, un amplísimo repertorio de minifaldas y sandalias romanas.
Después de observarla disimuladamente decenas de veces a través de
las jaulas de gatitos, perritos y pececitos, un día por fin, me
decidí a abordarla. Hice acopio de valor, respiré hondo, entré en
la tienda y con un aire de autosuficiencia que me sorprendió, le
solté las palabras mágicas: “necesito
urgentemente…….un spray antipulgas”. Ella me miró de arriba
abajo y me dijo: “los que tengo son para perros”. En ese momento
me sonó el móvil. Salí de la tienda rojo como un tomate maduro.
Me
gustaría irme a la ducha Mafalda y Tatiana,
enjabonarnos
a discreción,
sin
prisas,
mientras
nos regalamos miradas cómplices,
sonrisas
pícaras,
palabras
amables…
Hacernos
cosquillas,
turnarnos
para estar en el medio...
Dejar
que el agua se lleve la desconfianza, los recelos, los prejuicios.
Que
sólo importe el momento, que no haya otras expectativas….
Me gusta recibir el amanecer
calentito debajo del edredón. Me gusta oír al gallo cantar al
amanecer.
No, no es un tópico, tenemos gallo, pero no dice
“kikirikiiii”, sino “pocoapocoooo”. Así que poco a poco le acaricio la espalda a mi chica (por las
mañanas ella siempre me da la espalda). Llamo a su puerta, a veces
no me contesta, porque está dormidííííísima. Otras veces se da
la vuelta y nos abrazamos con desesperación, como si yo fuese un
astronauta a punto de partir a una larga y arriesgada misión. Mi
pierna busca refugio entre sus muslos, presiono suavemente esa zona
tan húmeda y caliente. El acople es perfecto. Nuestras piernas se
enredan (las dos suyas y las tres mías). Acaricio sus muslos y
siempre me detengo maravillado en la curva que forma su cadera. Ella
me rodea con el brazo y nos abrazamos con avaricia, como si yo fuese
un aventurero que va a partir de viaje a un país lejano y
enigmático, y que no volverá hasta pasados unos meses (en realidad
voy a llevar a la niña al cole). Siento su respiración caliente en
mi oreja, y me excito mucho,… pero nunca hacemos el amor a esas
horas. Desciendo con mi mano por su pierna hasta tocar su pie. Ella
flexiona la pierna para que pueda acariciarlo cómodamente. Le
encanta que le acaricie el pie. Luego subo por el muslo y busco la
línea que separa sus dos preciosos mofletes, y me recreo en sus
nalgas… No sé qué tienen sus nalgas que me apetece comérmelas a
todas horas…Y nos abrazamos como si fuese mi hora de partir a la
guerra …
Nos manoseamos, nos
estrujamos…
¡Qué placer el de la
carne! Carne suave, caliente, amorosa, húmeda, tierna…
Hay momentos en los que llego a entender a los
caníbales…
Los relatos eróticos y las
fantasías eróticas, son frecuentes
en un blog que trata sobre erotismo. Hay personas capaces de escribir
excelentes relatos, de una alta calidad literaria, un exquisito
refinamiento, y una asombrosa capacidad para describir situaciones “calientes”,
en las que a muchos nos gustaría vernos implicados.
Lo que viene a continuación no es un relato de ficción, no
es una fantasía incumplida. Es algo
que ha ocurrido otras veces, y ocurrió
de nuevo el domingo 29 de septiembre. Un grupo de personas de distinta
procedencia se reunieron en una pequeña
y tranquila ciudad castellana. Una mujer
joven es la protagonista de este
relato. Ella desea que su nombre real no figure
en el relato, y prefiere aparecer como Flor de Loto.
Flor de Loto se había enrolado en una excitante aventura
sensual, que tendría lugar en la tarde de
ese domingo de otoño. Había hecho algunas averiguaciones, las
suficientes para llegar a la conclusión de que aquella extraña propuesta que había visto en internet podía permitirle
vivir una grata experiencia. Pero no
podía evitar estar nerviosa, sin duda era algo muy especial, algo que no se
hace todos los días, algo que ninguna persona que ella conociera había hecho
antes.
Se presentó en el lugar indicado a la hora indicada. Fue
recibida por una persona que la condujo hasta
una sala en la que la temperatura invitaba a quitarse la ropa, pero solo le
indicaron que se quitase los zapatos. La iluminación era escasa, olía a
incienso aromático y en el equipo de música sonaba “The folks who live on the
hill”, interpretada por la sensual Diana Krall. Poco a poco fueron
llegando otras personas, algunas se
conocían entre ellas, otras no se habían visto nunca antes. Sin mucho
protocolo, alguien propuso un juego para
romper el hielo. En cuestión de unos minutos todos correteaban por la sala
intentando evitar que, “el que se la quedaba”, les colocase un osito de
peluche en la barriga. La manera de zafarse, además de correr, era abrazarse a
la persona que estuviese más cerca. Se
sorprendió cuando se vio abrazada a hombres y mujeres a los que no conocía de nada. Todos
actuaban con la misma naturalidad. El calor y el agitado ejercicio provocaban sofocos, y alguien propuso quitarse algo de
ropa. Ella dudó y prefirió seguir como estaba, pero pasados unos minutos, decidió que le sobraba algo de ropa, y se
quitó la camiseta y el pantalón, como habían hecho otros. Alguien propuso
terminar con el juego y les pidió que se
vendasen los ojos, que se desnudasen y que
permaneciesen así, de pie en la sala, en el lugar que cada uno hubiera elegido.
La perspectiva de perder la poca ropa que le quedaba, no debió preocuparle
mucho a Flor de Loto , teniendo en
cuenta que todo el mundo tenía los ojos vendados. Una persona se situó en el centro de la sala, también con
los ojos vendados, y les dijo que tenían que caminar todos hacia él, hasta
conseguir tocarle. Hablaba constantemente, para que pudiesen orientarse por el
sonido de su voz. Poco a poco todos se fueron situando alrededor de la persona
que les hablaba, y éste les distribuyó unos frasquitos con aceite de almendras
dulces, perfumado con esencia de romero. Luego eligió al azar a alguien del
grupo para que se colocase en el centro del círculo. La consigna era embadurnar
a discreción entre todos el cuerpo del
elegido o elegida. Mientras un montón de manos
traviesas recorrían su cuerpo de norte a sur, de babor a estribor, la
persona que estaba situada en el centro del círculo, no podía ni quería
disimular el placer que sentía, cuando
más de una docena de manos “curiosas” reconocían su rostro, se deslizaban por
sus brazos, serpenteaban por sus piernas, recorrían su espalda, jugueteaban
por su pecho, acariciaban sus nalgas… Hubo alguien que dudó cuando le llegó el turno de estar en
medio de la vorágine de manos
juguetonas. Se le ofreció la posibilidad de no participar, pero se le
animó a perder el miedo y dejarse llevar. Así lo hizo y participó como los demás. Uno a uno, todos
ocuparon el centro del círculo y fueron embadurnados y masajeados, todos
pasaron por éste y por otros “suplicios”
peores. Hubo una variante de éste juego que alguien bautizó como “manos
libres”. Con estos y otros entretenimientos
parecidos fueron pasando algo más de dos horas, en las que no tenía
importancia la edad, el sexo, la estatura, el nombre, ni la condición de ser el
“marido de”, ni “la mujer de”. Lo importante era dejarse llevar, sentir, actuar
con generosidad, ser receptivo,
imaginativo, dejar que la piel de cada uno hablase a los demás.
Terminada la sesión, se sentaron en el suelo a comentar cómo
lo había vivido cada uno, indagaron si alguien se había sentido incómodo, si
alguien se había sentido invadido. Se habló de excitación, de erecciones, de
deseo, de represiones, y sobre todo se habló de repetir la experiencia.