Los relatos eróticos y las
fantasías eróticas, son frecuentes
en un blog que trata sobre erotismo. Hay personas capaces de escribir
excelentes relatos, de una alta calidad literaria, un exquisito
refinamiento, y una asombrosa capacidad para describir situaciones “calientes”,
en las que a muchos nos gustaría vernos implicados.
Lo que viene a continuación no es un relato de ficción, no
es una fantasía incumplida. Es algo
que ha ocurrido otras veces, y ocurrió
de nuevo el domingo 29 de septiembre. Un grupo de personas de distinta
procedencia se reunieron en una pequeña
y tranquila ciudad castellana. Una mujer
joven es la protagonista de este
relato. Ella desea que su nombre real no figure
en el relato, y prefiere aparecer como Flor de Loto.
Flor de Loto se había enrolado en una excitante aventura
sensual, que tendría lugar en la tarde de
ese domingo de otoño. Había hecho algunas averiguaciones, las
suficientes para llegar a la conclusión de que aquella extraña propuesta que había visto en internet podía permitirle
vivir una grata experiencia. Pero no
podía evitar estar nerviosa, sin duda era algo muy especial, algo que no se
hace todos los días, algo que ninguna persona que ella conociera había hecho
antes.
Se presentó en el lugar indicado a la hora indicada. Fue
recibida por una persona que la condujo hasta
una sala en la que la temperatura invitaba a quitarse la ropa, pero solo le
indicaron que se quitase los zapatos. La iluminación era escasa, olía a
incienso aromático y en el equipo de música sonaba “The folks who live on the
hill”, interpretada por la sensual Diana Krall. Poco a poco fueron
llegando otras personas, algunas se
conocían entre ellas, otras no se habían visto nunca antes. Sin mucho
protocolo, alguien propuso un juego para
romper el hielo. En cuestión de unos minutos todos correteaban por la sala
intentando evitar que, “el que se la quedaba”, les colocase un osito de
peluche en la barriga. La manera de zafarse, además de correr, era abrazarse a
la persona que estuviese más cerca. Se
sorprendió cuando se vio abrazada a hombres y mujeres a los que no conocía de nada. Todos
actuaban con la misma naturalidad. El calor y el agitado ejercicio provocaban sofocos, y alguien propuso quitarse algo de
ropa. Ella dudó y prefirió seguir como estaba, pero pasados unos minutos, decidió que le sobraba algo de ropa, y se
quitó la camiseta y el pantalón, como habían hecho otros. Alguien propuso
terminar con el juego y les pidió que se
vendasen los ojos, que se desnudasen y que
permaneciesen así, de pie en la sala, en el lugar que cada uno hubiera elegido.
La perspectiva de perder la poca ropa que le quedaba, no debió preocuparle
mucho a Flor de Loto , teniendo en
cuenta que todo el mundo tenía los ojos vendados. Una persona se situó en el centro de la sala, también con
los ojos vendados, y les dijo que tenían que caminar todos hacia él, hasta
conseguir tocarle. Hablaba constantemente, para que pudiesen orientarse por el
sonido de su voz. Poco a poco todos se fueron situando alrededor de la persona
que les hablaba, y éste les distribuyó unos frasquitos con aceite de almendras
dulces, perfumado con esencia de romero. Luego eligió al azar a alguien del
grupo para que se colocase en el centro del círculo. La consigna era embadurnar
a discreción entre todos el cuerpo del
elegido o elegida. Mientras un montón de manos
traviesas recorrían su cuerpo de norte a sur, de babor a estribor, la
persona que estaba situada en el centro del círculo, no podía ni quería
disimular el placer que sentía, cuando
más de una docena de manos “curiosas” reconocían su rostro, se deslizaban por
sus brazos, serpenteaban por sus piernas, recorrían su espalda, jugueteaban
por su pecho, acariciaban sus nalgas… Hubo alguien que dudó cuando le llegó el turno de estar en
medio de la vorágine de manos
juguetonas. Se le ofreció la posibilidad de no participar, pero se le
animó a perder el miedo y dejarse llevar. Así lo hizo y participó como los demás. Uno a uno, todos
ocuparon el centro del círculo y fueron embadurnados y masajeados, todos
pasaron por éste y por otros “suplicios”
peores. Hubo una variante de éste juego que alguien bautizó como “manos
libres”. Con estos y otros entretenimientos
parecidos fueron pasando algo más de dos horas, en las que no tenía
importancia la edad, el sexo, la estatura, el nombre, ni la condición de ser el
“marido de”, ni “la mujer de”. Lo importante era dejarse llevar, sentir, actuar
con generosidad, ser receptivo,
imaginativo, dejar que la piel de cada uno hablase a los demás.
Terminada la sesión, se sentaron en el suelo a comentar cómo
lo había vivido cada uno, indagaron si alguien se había sentido incómodo, si
alguien se había sentido invadido. Se habló de excitación, de erecciones, de
deseo, de represiones, y sobre todo se habló de repetir la experiencia.